- ¡Mochita, enana! ¡El artista está aquí! Viste una chaqueta de
terciopelo negra y un pañuelo amarillo para secarse las lágrimas. Es hermoso
como un rey italiano con olor a billetes de Banco.
- En Italia no hay reyes.
- Tienes lotería premiada, Chita, enana. ¡Has enamorado a un barón!
- ¿Ya son las diez?
- Y dentro de una hora, las once.
- ¡Qué sueño más largo me dio esta noche! ¿Ya ha bajado del coche el
barón? -dijo Mochita.
- En ello está con la ayuda de su chófer. Hoy no te libras de ponerte en
pelota, que trae un lienzo grande, Chita.
- ¿Me has cosido las puntillas?
- Un trabajo de monja. Te aseguro que un lienzo tan grande da para más
que unas bragas con puntillas. Es tu potito, Chumi, que tu potito es arte fino.
El Barón no quiere bragas. ¡Quiere tu potito chiquito, enana!
- ¡Deja de escupir mocos! Mi pintor es un viejo perdido en sus recuerdos
de París, cuando pintaba a divas con más lustre que nosotras.
- Los potitos de París son de muñecas de cartón. Tu potito en francos, ¿Cuánto
vale tu potito en francos, mochita?
- ¡Cien francos!
- ¡Mil!
Mochita salta de la cama empujada por un muelle. Vacía su cuerpo de ropa
de dormir dentro de la ducha y la tira al suelo. Aurora, la Chichi , flaca como una faneca
sin tripas la recoge y la pliega. Suena el arpa del agua y los gritos cortados
de Mochita. Aurora separa un dedo el visillo de la ventana.
- El chofer trae flores. Te traen flores rojas y unas pequeñas, azules.
Parecen mariposas. Quiere que poses desnuda, con el potito para alante. ¡Pídele
la luna y un saco de estrellas de oro!
- Don Jaime no es guarro. Es un artista de verdad. Son flores de adorno.
Las coloca aquí y allá. Y a mí me manda sentarme así y asó. ¡Qué fría está el
agua! ¡Chichi, que se me queda el chumi chocho. Don Jaime es puntual. Me dirá
que son más de las diez -sopla pompas, Mochita-. Y le nacerán fuegos malos en
los ojos. Tiene fábricas de hacer hierro, ¿sabes?
- No te embobes, Mochita. No te embobes.
- Escucha, alma de Dios. Dime si mi viejo se muerde sus labios con sus
dientes. Baja y sube y dime si las flores traen olor. Llévale al salón, al pie
del escenario. Me quiere retratar delante del contrabajo sentada en una silla
de rejilla, Chichi. Me quiere hacer un retrato universal, pero yo tengo miedo a
las pulgas, que son grandes como lobos.
- ¡A mí como si te retrata en la catedral! Avisa a la doña que vas a
tener ocupado el salón.
- Hasta la hora de comer.
- La doña no está para pamplinas. Querrá cobrar a tu pintor un montón.
- Un montón de palabras. La
Jefa sacará toda su mala leche y escupirá un montón de
palabras. Pero ella es puta vieja y sabe ser señora. ¡Qué empaque tiene la doña
cuando se pone las medias para ir a misa! ¡Parece una diva! Y si se viste
mantilla, la Señora
del Pardo parece a su lado sirvienta de taberna. ¡Qué de olés ha recibido la
madama! En Barcelona dicen que cuando pasaba por delante de la catedral el
Monseñor Cardenal salía a darle la bendición con un hisopo militar.
- Voy y se lo digo.
Chichi baja tiesa las escaleras y
gira sus flacuras hacia la cocina del burdel en donde la madama, gran vedette
de las noches, remueve un puchero de lentejas con oreja de cerdo.
- Me dice Mochita que te diga que va a tener la sala de fiestas hasta el
mediodía.
- Mochita ha cautivado al viejo. ¡Cuando hay amor! Abre la puerta al
señor, mujer, que viene a pintar a la niña en pelota picada delante del violón.
Deja. Mejor que le abra yo y le dé la bienvenida.
La madama sale al salón y se coloca bien los rizos frente a un espejo.
Coge una botella de San Roque y bebe a morro un trago largo. Remueve su cabeza
como un caballo y retumba el suelo con una zapateta briosa.
- ¡Adelante don Jaime, Barón de Chapín! – dice la doña abriendo la
puerta.
-Escarpín, querida Estrella, Escarpín. Barón de Escarpín por gracia de
Carlos VII.
-Déjeme. Yo le ayudo. ¿Qué trae en esa bolsa? Es un mantón de Manila, ¡a
que sí! ¡Mi Mochi con un mantón de Manila!
- Rojo y azul. De mi madre Galdeana De´lmit. Huele a flores de anís de
Sierra Navarra.
- Mi abuela era Miguela Arrobo. ¿Verdad que los nombres de antes huelen a
antiguo?
- Usted se llama Estrella Arrobo.
- Yo me llamo Estrella Jarabo Arrobo.
- Suena a miembro del Partido Comunista.
- Mi nombre completo es María Estrella.
- Dicho así suena a puta de tronío.
- Llámeme Jaime. Ya solo falta el lienzo. Y las flores. El lienzo y las
flores están contra el muro de la casa.
- ¡Mochita, enana! ¡Ha venido don Jaime a retratarte el coño delante del
violón! ¡Seguro que lo colocan en el museo de Bellas Artes!
- ¡Qué cabrona eres! -exclama la Chichi con fuego desde encima del tablado!
Sevilla tuvo que ser
Con su lunita plateada
Testigo de nuestro amor
Bajo la noche callada
Y nos quisimos tú y yo
Con un amor sin pecado
Pero el destino ha querido
Que vivamos separados…
Y allí se le fue la memoria y casi se caga. El público la terminó en
orfeón y ella dibujó tres pasos de bolero. Desde entonces la Chichi sólo sube al
escenario a quitarle el polvo al contrabajo, a la piel de los tambores, a los
platillos, al teclado del piano que tocaba don Adolfito con dos dedos de cada
mano, cuatro dedos en total, y para recorrer las teclas, las 88 teclas del
piano, usaba media pinza de tender la ropa. Don Adolfito tocaba por tragos de
cerveza, no por botellines, por tragos. ¡Mira que hay gente rara, tú! No quería
cinco pavos por nada del mundo. Esos se los chorizaba a su mamá. Don Jaime le
pidió que posara para hacerle un retrato, pero don Adolfito que antes muerto
que posando para un pintor de Neguri que le colgaban los cuadros en los museos.
De eso sabía mucho Mochita, pero sabía permanecer chitón con las cosas de los
señores. Mochita quería llegar a ser puta aristocrática. Por eso no se iba a la
cama con hombres con las uñas negras.
Mochita cumplió los veinte en Candelas, pero su mirada maliciosa le hace
parecer una niña de 13 años. Mochita llega al salón al mismo tiempo que don
Jaime. La Chichi ,
que no puede estar callando, da las novedades desde el escenario:
- Miss Tánger ha estrenado un abrigo de astracán y como le da calor se lo
pone encima de la combi.
- Miss Tánger era la mujer más hermosa que trabajaba en Pigalle hace
cuarenta años. Yo robé en casa media docena de banderillas de la plaza de
Sevilla y una docena de cubiertos de plata para poder ir a verla. Lo vendí todo
en el Mercado de las Pulgas y me duró una semana. Un tendero catalán le regaló
un par de pendientes que hurtó del tesoro de la Moreneta. Se los ponía cuando
trabajaba con Josefina Baker. Bien. Ahora quiero quietud y silencio. Quiero
estar sólo con esta señorita. No lo digo por su pudor. Ella guardó un día su
pudor dentro de su ropero y lo tiene perdido. ¿No es cierto? Cuando llegues a
vieja como Miss Tánger, entonces lo echarás de menos e irás a buscarlo y te lo
volverás a poner. Todos los viejos se vuelven pudorosos.
- ¿Tú perdiste tu pudor, don Jaime?
- Los artistas nacemos sin pudor. Los artistas que tienen pudor no triunfan.
Llevan el fracaso pintado en su mirada.
- Tus amigos que vienen a ver a Miss Tánger no son artistas y no tienen
pudor.
- Tienen dinero. Son ricos. Los ricos tampoco tienen pudor, pero lo
disimulan.
Don Jaime se sube al escenario y sienta a Mochita con las piernas
separadas en la silla de culo de rejilla. Le ruega que deje colgar sus brazos
muertos y que no cese de mirarle a su frente.
- No a mis ojos. A mi frente.
El carboncillo rasga el silencio. Al rato, dice Mochita:
- Yo no conocí a mi abuelo. Tengo que hablar para no dormirme.
- Aunque te haga cosquillas una mosca, ignórala.
- No conocí a ningún abuelo. Uno era marinero y el otro anarquista. El
marinero se ahogó y al anarquista lo fusilaron. Si tengo que decir patata para
dibujar una sonrisa, me lo dices.
- No soy fotógrafo. Además, quiero que estés seria como un torero en la
arena.
- No sé.
- Sabes estar formal.
- Poco.
- Permanece formal, poco. Dime cómo se llamaba tu abuelo marinero.
- Creo que Bernabé. Era el padre de mi padre. El Anarquista se llamaba
Isaías.
- Isaías fue un escritor muy fino. Escribió el principio del libro que
lleva su nombre, que a su vez fue el primer libro de la Biblia.
- No creo que él supiera eso. Su mujer quemaba los libros para hacer
fuego. Un día salió de casa y ya no regresó nunca. La mujer de Bernabé era mi
abuela. Te voy a contar. Verás. Cuando yo tenía cinco años, una noche de
tormenta mi padre y yo sentimos que alguien cerraba la puerta con un golpe
fuerte. Salimos los dos a la calle y sólo alcanzamos a ver la parte trasera de
una camioneta.
“- ¡Regresa, cabrona!” -dijo mi padre a la camioneta. Mi padre comenzó a
llorar y me acariciaba el cabello y se le mojó el rostro. Y a mí también. La
camioneta giro arriba y pasó por delante de nuestras narices. Al volante iba un
hombre, al lado de mi madre, que echó una carcajada.
“- Me has tratado demasiado mal durante demasiado tiempo. Ahora tendrás
que acostumbrarte a lo que es verdaderamente malo.” Sólo tenía cinco años pero
me acuerdo palabra por palabra. Le habló así de largo. Y yo recuerdo como si
fuera sólo una palabra. El motor hizo run-run. Dos acelerones para anunciarnos
que nos quedábamos solos. Que me dejaba a mí para que me cuidara, que en la
cocina había ropa sucia en todas partes y sartenes con lepra, pucheros negros,
calcetines y calzoncillos. Que en el centro de la mesa de la cocina, entre
montones de platos, tazas, un bollo con mantequilla cubierto de moscas, quedaba
la caja de las facturas impagadas: las letras del coche, el tercer aviso de la
tele, facturas del gas, del teléfono, de la luz, del agua.
Al amanecer el sol nos cego. Mi padre arrancó el coche e hicimos de una
tirada los seiscientos kilómetros que nos separaban de casa de la abuela Rosa,
la mujer de mi abuelo Isaías. Yo no lloré en todo el trayecto. Me lo pasé
jugando con un caracol de cáscara rosa y mirando los ojos de mi padre. ¡Mi
padre! Mi padre me dejó allí con mi vestido amarillo, sin zapatos, ni
calcetines ni bragas. Sólo con ganas de orinar, tantas que me oriné en medio de
la cocina y la abuela me pegó fuerte y me acostó en su cama, la única cama que
había en el único cuarto de la casa. Cuando desperté mi padre ya se había ido.
Mi abuela me compró un par de botas de cuero de segunda mano, unas medias color
carne, bragas y un vestido de terliz rosa y blanco. Si no hacía frío mi abuela
me llevaba los domingos a pedir por las casas. El dinero lo guardábamos en una
lata y la lata la escondíamos tras unas botas muy viejas. Cuando me hice más
mayor la abuela me confesó que aquellas botas era el calzado que mi abuelo
llevaba el día que lo fusilaron.
- No lloro desde que soy puta.
Fue entonces cuando don Jaime descubrió el secreto de su rostro.
Descubrió el alma que llevamos todos los individuos escondida. Sintió un
escalofrío como siempre que lograba penetrar en “el alma” de su trabajo. Borró
la comisura de sus labios y le bajó la raya de los párpados. Todo muy rápido.
Con la rapidez que clama el arte de saber captar el rayo que dibuja el temperamento
del retrato. Don Jaime se reía como un niño. Le sobraban sus dedos para plasmar
en la tela la triste sonrisa que había remanecido como un rayo de sol polar
entre las nubes negras de una tormenta.
- ¿Quién te llama Barón? -preguntó Mochita.
- Los recepcionistas de los hoteles. Tengo la intuición de que vas a ser famosa.
Tu velada sonrisa terminará en un gran museo.
- ¿Y el violón? ¿Y lo otro? ¿Cómo vas a pintar mi coño sin haberlo visto?
- Un cuadro no se pinta en un día. O quizás sí. Saca un trago de algo.
Mochita sirvió dos mostos. Dejó las copas encima de un atabal. Puso un
disco de Antonio Machín. Bailaron al son de la voz del negro:
Mira que eres linda
Que preciosa eres,
Verdad que en mi vida
No he visto muñeca más linda que tú:
Con esos ojazos
Que pareces soles,
Con esa mirada
Siempre enamorada
Con que miras tú…
Desde aquel día, Don Jaime sacaba el lienzo del cuarto de Mochita,
ordenaba sentar a la joven delante del violón y se quedaba traspuesto durante
cuatro horas sin abrir un tubo de óleo, sin soplar los pelos de los pinceles.
Se quedaba mirando el boceto de Mochita, el mejor boceto que había pintado en
su vida y el miedo a estropearlo, a plasmar la inmensa realidad que había
creado, le atornillaban sus huesos hasta dejarlos sin movimiento. Cuando
comprendía que no iba a manchar la paleta, cubría el lienzo con el mantón de
Manila y decía con una inmensa tristeza:
- Anda Mochita, saca mosto con aceitunas y pon un bolero de Machín.
- No lo vas a terminar. Sé que nunca vas a terminarlo.
- ¿Qué dices Mochita?
- Que el cuadro ya está terminado. Si lo ensucias aunque sea con una
rayita, lo vas a joder.
- ¡Qué lista eres, Mochita! ¿Por qué te metiste puta con lo lista que
eres?
- ¿Crees que las putas somos tontas? Si no vas a terminar este cuadro con
color, con el chal, es mejor que empieces otro.
- ¿Viéndose el potito?
- ¡El potito, el mantón de Manila y el violón!
FIN
P.D. Desde el día 3 de febrero de 2012 he publicado 8 cuentos, todos ellos todavía presentes en mi blog. Según el contador de entradas, comenzaron a leerlos dos docenas de amigos. Hoy es el día que los leen una media de quinientos lectores. Mi agradecimiento más profundo a todos ellos.
J.J. Rapha Bilbao.
J.J. Rapha Bilbao.
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