sábado, 22 de diciembre de 2012

EL CANARIO DE DON SALOMÓN (CUENTO DE NAVIDAD)



Siempre que suena el teléfono, el canario de don Salomón comienza a trinar. Entonces mi hermano y yo saltamos al sofá, pegamos nuestras orejas a la pared y cerramos los ojos. Nos quedamos tan embelesados que casi nunca nos damos cuenta que nuestra madre ya tiene una de nuestras zapatillas entre sus manos. Permanecemos como idiotas hasta que la suela nos arrea fuerte:
- ¡A la mierda la tapicería nueva del sofá!
- ¿Es que no has oído cantar al canario? -pregunta Álvaro, mi hermano
- ¡En vez de un hombre hecho  y derecho, llegarás a ser una vieja chismosa!
- Los pajaritos no chismorrean, cantan. Nos hemos descalzado para subir al sofá. También aita escucha  al canario y dices que es un hombre hecho y derecho. Y siempre se sube al sofá cuando tú no estás.
    Se sentó muy lívida en el sofá y dijo mirándonos a los ojos:
- Vuestro padre me ha llamado para decirme que ya es oficial que nos vayamos a tomar por el saco. ¡Que no hay paga de Navidad! ¡Se quedan con ella! ¡Dios sabe qué uso le darán esos ineptos de mierda!     
Ama nos mira como si fuéramos ratas al ir a la cocina. Se encierra dando un portazo. Estrella un plato contra el suelo, seguramente un plato desportillado. No es una histérica. Al rato la escuchamos llorar.
Tengo once años y Álvaro, trece. Aunque soy el menor, soy el que toma las decisiones conflictivas. Nos encerramos en nuestro cuarto y no salimos  a oír trinar al canario pese a que el teléfono suena dos veces. Tampoco queremos enterarnos del momento en que mi madre deja de llorar. Cuando se consuela, abre la puerta un resquicio. Es la manera de decirnos que volvemos a tener madre, que el temporal ha pasado. Hasta puede salir y sentarse a nuestro lado para explicarnos que no darnos el dinero pactado es uno de los peores castigos que podemos recibir los trabajadores. Y más si se trata de la paga de Navidad.
- Nos privan de un par de cenas tradicionales que tanto os gustan, del viaje con vuestro padre a la nieve. Os quedáis sin las botas nuevas, sin los plumíferos. ¡Nos quitan el habla!
- Algo tendréis ahorrado -dice Álvaro.
- Algo. Pero desde que estoy yo sin trabajo, a ver de qué.
Entonces me entran unas ganas muy grandes de abrazar a mi madre y no me corto. Álvaro acerca sus labios húmedos a mi oreja y me llama pelota. Lo dice  para que lo oiga ella. Algunas veces no sólo dice “pelota”. Dice: “Jokin es un pelota”. Después se sienta en la butaca de mi padre y enciende la televisión. La deja sin sonido. Se levanta, coge un libro de encima de la mesa de colocar los pies. Los coloca. Y se pone a leer. Mi hermano siempre lee con la televisión encendida y sin sonido. Como si fuera sordo. Es el Álvaro que a mí me gusta.

Nuestro vecino, don Salomón Gotxi, tiene una jaula china en donde vive un canario de plumas naranjas y amarillas que se llama don Luis. Es el canario más alegre que yo he visto nunca. Da vueltas en un trapecio, se mece en un columpio y modula a rabiar. Don Luis es un tipo que se gana el alpiste. Comienza a piar y se acerca a los barrotes pidiéndote la punta del dedo para jugar con su pico.
- Es la raza -nos dice don Salomón -.Le compré una cinta de magnetofón con redobles y al de una semana parecía un ruiseñor.
- ¿Por qué se pone a trinar cuando suena nuestro teléfono?-le pregunto.
- Misterios del mundo animal-dice don Salomón levantando sus hombros.

Ama nos permite entrar en el apartamento de don Salomón lo menos posible por el extraño olor que coge nuestra ropa. Yo ya sé de qué es. He entrado en su cuarto de baño a mear y he visto las capas de sarro en su retrete. Pero no le digo nada a mi madre.

Un domingo de noviembre por la tarde, el viejo nos espera con la puerta de su casa entreabierta y nos invita a pasar.
- ¿Tiene yema de huevo cocido para darle a don Luis? -le pregunto.
- Tengo. Precisamente quería hablaros de él. Estas navidades quiero ir un par de semanas a Benidorm. Mi idea es ver si vosotros le podéis atender. Yo os dejo todo preparado. ¿Queréis hacerme el favor? -dice don Salomón muy nervioso. Después nos sonríe como un japonés. Con la boca de oreja a oreja.
¡Claro que quiero! Quiero limpiar la jaula de don Luis y ponerle el alpiste en su comedero y agua en su bebedero. Pero me callo. Falta el permiso de nuestros padres.
- No hay problema -dice el atolondrado de mi hermano. 
- ¡Dios! Ya verás cuál es el problema -digo a Álvaro en el descansillo de la escalera.
- ¡Joder! ¿Por qué no nos van a dejar dar de comer al canario?
- Porque antes lo tienen que pensar. Como siempre. En casa de don Salomón huele a meada vieja. No creo que ama nos deje entrar a diario en una casa que huele a meada de siglos.
- Bueno, ya veremos cómo vienen las cosas.
    No decimos nada en casa. Por mucho que aseguro a mi hermano que a la larga se van a enterar y que el castigo va a ser de los rumiados por los dos en su lecho matrimonial, el listo de Álvaro me convence (no le hace falta mucho esfuerzo).

    Desde que mi madre se ha quedado sin trabajo, echa una buena siesta en el sofá, baja al portal para mirar el buzón y después friega. Si no le llama una amiga, nos saca a Álvaro y a mí a mirar escaparates. Por la mañana va a la Oficina de Empleo y a recibir clases para reciclarse. El mejor momento para dar de comer al canario es la mañana cuando regresamos de comprar el pan. Se lo expongo punto por punto a Álvaro. Como es el mayor, duerme al lado de la ventana. Yo hablo casi en un susurro. Pero Álvaro está en otra cosa. Lo comprendo cuando suspira hondo.
- ¡Duérmete de una puta vez! -dice el mariconazo de él.
¡Se está haciendo una paja! Siempre es igual. Es el mayor y le otorgaron la cama de al lado de la ventana desde donde se ve la copa de un sauce, el camino que lleva a la piscina, un ángulo de piscina y detrás, un campo con frutales. No hay duda de que el paisaje le pone cachondo. Yo veo el techo de la habitación y la iluminación de los vehículos de la autovía. Pero lo que más me importa es que nunca tiene en consideración mis palabras (mi padre les llama alegatos) y luego sale el pastel quemado.

Don Salomón lleva la misma corbata que cuando iba a la Escuela. Daba clase de Química a los mayores. A los alumnos llamaba gente menuda. A mi hermano y a mí nos llamaba por nuestros nombres, seguramente porque somos vecinos. No llegó a darnos clase, pero mi padre dice que es un buen profesor. Don Salomón es viudo desde hace muchos años y creo que no tiene hijos. En el verano don Salomón baja a la piscina con una bata a rayas y se baña en la zona que no cubre. Mi madre dice que sólo se mete a mear. No se confunde. Yo le suelo mirar la cara y se le cambia cuando le sale la meada. Lo mismo me pasa a mí. Tampoco usa gorro. Dice que como no se moja el pelo, no mancha. El último verano me dijo que estaba esperando para operarse de una cadera. Me dijo que había ido a preguntar por su operación, por si le llaman mientras está en Benidorm. Le contestaron que mejor que se quede allí y que acuda a Urgencias si se le rompe la cadera del todo.

Don Salomón toca el timbre de nuestra casa para despedirse.
- ¿No están vuestros padres en casa? Quisiera decirles adiós y felicitarles por la educación que os han dado. En realidad debería habérselo dicho en primer lugar a ellos. He actuado precipitadamente.
- Han ido a una lonja a pintar una pancarta para la manifestación. Es que han quitado la paga de Navidad a mi padre. Vendrán tarde. -digo aliviado.
- Usted diviértase -dice Álvaro a don Salomón.
- Voy a ver si se me quita el frío de los huesos en el Este -dice don Salomón-. Y vosotros aprovechar las vacaciones -don Salomón extiende su mano y nos la estrecha. Primero a Álvaro y luego a mí. Después nos da unas palmaditas en la mejilla. Su mano huele a semilla de eucaliptos-. Cuidar a don Luis. Es todo lo que tengo.
- No se preocupe -dice Álvaro. Don Salomón da la llave de su casa a Álvaro. No cerramos nuestra puerta hasta que él cierra la suya.
Guardamos la llave en el cubo de los dados. El cubo de los dados en el cajón de los lapiceros, de cables del ordenador y de las cosas que compartimos.
    Cuando nuestra madre sale a hacer sus cosas, guardo la llave de nuestro vecino en el bolsillo de mis vaqueros. Álvaro me dice que va a un partidillo de baloncesto. Al entrar en la vivienda de don Salomón me tapo las narices para no oler de golpe aquel aire condensado, sin ventilar seguramente en meses. Me cuesta abrir una ventana. Una tenue brisa matinal manchada de sol mueve el aire viciado. Saco la bandeja de la jaula de don Luis. El canario se balancea como un loco en el trapecio. Pía sin cesar. Al acercar mi mano para coger su comedero, acude a picotear mi piel. Limpio la bandeja con una rasqueta y le paso un estropajo. La seco bien. Queda reluciente. Luego saco los palos de la jaula. También los limpio con agua y jabón y los vuelvo a colocar en su sitio. Don Luis salta a mi dedo y come alpiste. Le doy una rodaja de manzana. Don  Salomón ha dejado en la nevera media docena de tarros de cristal con diferentes frutas y verduras. En el blog de notas leo que lo que más le gusta a don Luis es la zanahoria rallada. De pronto, don Luis estalla en una escalera de gorjeos, modulaciones y trinados que te hacen sentir algo parecido a la felicidad. Me quedo en la sala enredando en los libros de don Salomón. En una balda hay un paquete de cigarrillos de tabaco rubio sin empezar. Abro el paquete con la técnica de mi madre, saco un cigarrillo y me lo pongo en los labios estilo James Dean. El paquete me lo meto en el bolsillo. Veo un mechero. Enciende a la primera. Lo meto en mi bolsillo. Le doy una calada al cigarrillo y lo tiro por la ventana. Salgo al recibidor. Me adentro por el pasillo adelante. La vivienda es exacta a la nuestra, pero al revés. Después de la sala, la cocina; dos habitaciones y dos baños. Una puerta está cerrada. Voy por ella. La empujo. ¡Joder! ¡Dios! ¡Joder! Un tren eléctrico de la época de mi abuelo ocupa casi toda la habitación. Esta montado encima de un tablero apoyado en caballetes. Tiene estación con reloj, un banco pintado de verde, un jefe de estación de plomo con bandera roja, el nombre de la estación rotulado en la marquesina: ¡Villa Coño!, tú. ¡Se llama Villa Coño! ¡Joder con don Salomón! Al lado de la estación llega una carretera que cruza un paso a nivel. En total tiene tres pasos a nivel y un túnel en curva; tres cambios de agujas para mover las vías; dos locomotoras; vagones a tutiplé. También hay árboles y una pequeña montaña rocosa. No me atrevo a tocarlo. Es demasiado complejo para mí. Cierro la puerta. También cierro la ventana de la sala. Don Luis  trina como un desquiciado. Huele a chis.

 Álvaro no me cree que don Salomón tiene un tren eléctrico.
- A lo mejor mañana podemos ponerlo funcionando -le digo. Me mira picado.
- ¿Por qué no ahora?
- Porque ahora hay moros en la costa.
- No metemos ruido.
Abre el cajón para coger la llave del apartamento de don Salomón. He escondido la llave dentro de las páginas de un libro de mi estantería. Se lanza encima de mí y me quita el paquete de cigarrillos y el mechero. Es de gas. No me importa mucho. Seguro que me lo devuelve.
- Quedamos en que iríamos por la mañana -digo-. O cumples con lo pactado o descubro el pastel.
 Se queda tranquilo en la sala. Cuando ama mira para otro lado me llama cerdo. Mi madre se pone el abrigo y nos invita a dar un paseo. Vamos. A la vuelta llama mi padre por teléfono. Don Luis comienza a cantar desde el primer timbrazo. Me lo imagino en su columpio. Pienso decir a don Salomón que le traiga una canaria para matar su soledad.
Al día siguiente, nada más abrir la puerta, el canario comienza a piar. Abro una ventana de la sala.
- ¡Joder! -exclama Álvaro desde el cuarto del tren.
- Ayúdame a limpiar la jaula y luego vamos ahí -le digo.
- ¡La hostia, tú, menudo empacho!
 Don Luis no ha comido demasiado. Apenas ha picoteado la manzana. A lo mejor es que se encuentra triste. Cuando le quito el comedero comienza a piar con estridencia. Voy donde mi hermano. Está enredando con el mando del tren. Toca todos los interruptores. Se da cuenta que no está enchufado en la red eléctrica.
- Esto es un lío -dice.
- Hay muchos cables por el suelo. Algunos van a una tabla con enchufes y otros recorren la mesa -le digo.
Álvaro enchufa y desenchufa primero aquí y luego allí. No consigue nada.
- Mientras no encuentre el enchufe principal, no hay nada que hacer-dice.
Lo tengo en la mano, pero no digo nada. Es un cable gordo que va directamente al mando que mi hermano tiene en las manos. Sé que si lo meto en el enchufe de la pared, se hará el milagro. Miro debajo de los caballetes y lo enrosco en una pata. Álvaro se está aburriendo. Nunca ha sido constante. Coge al jefe de estación de plomo y se lo mete al bolsillo. Intenta cerrar un paso a nivel con la mano. Se rompe por algún lado y se queda con él en la mano.
- Es de hojalata -dice.
- Y tú tienes carne de burro -le digo.
No me hace caso. Coge una locomotora y le da la vuelta. Intenta girar las ruedas. Alguna pieza hace clic. Intento quitársela, forcejeamos. A la locomotora se le dobla la chimenea. La suelto. Se cae al suelo. Mi hermano la pisa para joderme. Le ha salido su lado malo. Mi madre ya ha hablado con su tutora. Le ha recomendado un psicólogo, pero mi padre dice que él también tenía mala leche a esa edad. Que ya se le pasará.
- Si es como se te ha pasado a ti, vamos dados -dice mi madre.
Entonces mi padre le llama zorra y se meten en su habitación.
 A Álvaro le da un ataque de nervios y comienza a dar puñetazos. Salgo de la habitación y me marcho del apartamento dando un portazo. Por la tarde reviso la mochila de Álvaro, la que guarda encima del armario.  Hay trozos de rieles que ya no sirven para nada, el cartel que colgaba en la estación, una locomotora, dos o tres vagones, la caseta del guarda agujas. Álvaro es un quinqui. Mi madre dice que cuando se le cruzan los cables, hay que dejarlo a su aire. Salgo a la calle y deambulo sin rumbo fijo. Llego a sitios que nunca he estado antes. Camino tanto que tengo que coger el metro para regresar a casa. Estoy rendido y sin ganas de hablar. Tengo que inventarme una historia de un cumpleaños y de amigos que no tengo. Amigos nuevos. Yo también sé ser mentiroso y cínico. Mi padre me escucha sentado en el sofá, al lado de mi madre. Me cree todo y me sonríe. Mi madre no sé lo que piensa porque me mira raro. Álvaro, sentado en el sillón de mi padre, no me cree nada. Digo que he merendado en casa de un amigo y que me voy a acostar.
- Jokin también crece -dice mi padre satisfecho.
- Sí. Cómo crece es lo que me preocupa-dice mi madre.
Cuando estoy acostado, entra mi madre en el cuarto y deja encima de mi mesilla un vaso de leche y una torre de galletas.
- A lo mejor te despiertas de noche y empiezas a revolver el armario de la cocina. Mejor que tomes la leche mientras está caliente.
Tengo ganas de llorar y de abrazarla. Me muerdo la lengua. Cuando escucho a mi madre comentar algo de la serie de televisión, cojo el vaso y bebo la leche en un par de tragos. Como las galletas a puñados. Mi hermano no tarda en llegar.
- ¡Pero si le han traído al niño leche!-dice haciendo el payaso. Me doy cuenta que se le está cambiando la voz. 
- ¡Mariconazo! ¡Cabrón de mierda! ¡Pajero!-digo con rabia.
Me pongo mirando a la pared. Álvaro no me molesta.

Al día siguiente espero a que ama salga a un curso de Ofimática para ir a darle de comer a don Luis. No le digo nada a Álvaro. El apartamento no huele tan mal. El pajarito está muy cariñoso. Me pica en la yema de mis dedos. Veo que ha comido más. Le cambio el agua y se baña mientras limpio la bandeja en la fregadera de la cocina. Abro la puerta de la jaula para coger los palitos y don Luis se posa en mi mano. Lo saco de la jaula y pongo su pico en mis labios. Algo le asusta. Revolotea por la sala y se posa en lo alto de la librería. Acerco una silla para cogerlo. Echa a volar. Entonces veo la ventana abierta. Se me olvidó cerrarla ayer. Salto de la silla y corro a cerrarla. Delante de mi mano, tan sólo a unos centímetros don Luis vuela en el viento. Aletea sin gracia dibujando catenarias  hacia la curva de la autovía. Hasta que lo pierdo de vista. Miro a la jaula vacía con agua limpia, abundante comida. Nunca he sentido tal sensación de soledad. Comienzo a llorar. Meto las manos en mis bolsillos y me topo en el derecho con la llave del apartamento de don Salomón. Abro la ventana del todo y la tiro con todas mis fuerzas a la calle. Cierro de golpe la puerta de mi vecino y salgo a la calle a dar vueltas por el barrio. Reviso árboles, balcones, regreso cien veces debajo de la ventana del salón de don Salomón. Regreso a casa a la hora de comer.
Transcurren dos días. Estoy sentado en el brazo de la butaca de mi padre. Él me abraza por mis hombros. Mi muslo izquierdo está encima de su pierna. Mi padre huele bien. Estoy a punto de contarle lo que me ha pasado con don Luis. De pronto carraspea y dice:
- Me he enterado que nuestro vecino don Salomón se ha ido de viaje.
- ¿Quién le dará de comer al pájaro?-dice mi madre.

    

FIN



¡FELICES FIESTAS!

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