Baldomero Pe, sargento de Artillería de Costa, que en tiempos estuvo en Guatemala y El Salvador como miembro de las misiones internacionales del ejército, hoy retirado, arreglaba zapatos en el camarote de su casa para ir tirando. De joven fue alto, macizo, de fuerza tremenda, capaz de pelar con las manos un monte de árboles pequeños y de mover con los dientes un coche con el freno de mano puesto. Podía permanecer debajo del agua hasta cinco minutos y levantaba con sus ciclópeos brazos ramilletes de niños por encima de su cabeza que alborotaban emocionados con sus rostros rojos de alegría. También de joven su carácter era plácido, difícil de alterarlo con monsergas e impertinencias. Sólo cuando se encontraba delante de Maite Ederra palidecía, temblaba como un ternero recién nacido, su energía se borraba como el humo y su hechura se convertía en un odre vacío.
¡Pobre Baldomero Pe! Se declaró un día de San Juan después de quemarse sus pies en la hoguera por falta de arranque. Olía a patatas asadas y ella bailaba al corro cogida de la mano de él. Gritaba su rostro el martirio del soldado ante la acción más heroica de su carrera militar. Y es que Maite Ederra, joven muchacha de pequeño tamaño, sonrisa perenne, risa de campanillas y guapa, tenía el don de empalidecer, sonrojar y dejarle las piernas temblorosas con solo echar una carcajada. Le dijo que sí y se casaron en el Ayuntamiento ante la concejal de Jardines y Monumentos, Dalia Jazmín. Fueron a por la parejita y les salió bien. Primero la chica, Oiane Pe, fornida mujer de ojos negros, pecosilla y con cabellera azafrán. Se licenció en Derecho. Le sonrió la fortuna. Se colocó de cajera en un supermercado alemán consiguiendo llegar a mileurista a los veintinueve años de edad. Y el otro pollito, Pablo Pe, gota de agua de su madre, también con pecas, reidor, voz atiplada y con físico de poca cosa. Se doctoró en ingeniería industrial y tuvo ocasión de ser bombero, conductor de ambulancia y representante de una fábrica danesa de tuercas de bajo calibre para el norte de España. Ni su padre ni su madre le permitieron gastar su juventud en tales porvenires. “No hay zaborra que caliente el fuego”, le decía su padre arrancándose a escondidas mechones de pelambrera ya canosa. “¿Qué hacemos mal los pobres para que nuestros hijos no puedan medrar con resultados sobresalientes en la universidad? Dime hermosa mía, gorrión de campanario”, decía a su Maite con lágrimas en los ojos y mechones de pelo entre sus dedos. Y su esposa, que ya se acercaba a los sesenta años sin haber perdido un gramo de dulzura, lo abrazaba por la cintura y trataba de consolarle contándole casos parecidos al suyo, escuchados en la cola de la pescadería.
- Parece ser que las ofertas de trabajo están fuera de esta tierra de conejos. Nuestro Pablo tiene que sacudirse el miedo a lo desconocido y emigrar.
- No le tientes, mujer. Es mil veces mejor seguir buscando empleo aquí y vivir con la esperanza de ver salir al sol por el Oeste. Sólo cuando el sol se equivoque de puerta, comenzaremos a preguntarnos qué está pasando. Con mi jubilación podemos ir tirando hasta que cambien las cosas. ¿Sabes una cosa, mujercita mía? Yo, que he pisado suelo desconocido, sé lo que es aguantar sopapo tras sopapo. Si lo dejamos marchar puede que lo perdamos para siempre. No quiero que el chico se sienta algún día hijo pródigo.
Sin embargo, cumplidos ya los treinta y tres años, Pablo Pe comenzó a pedir a su padre algo para el bolsillo. Si juzgaba que la caridad era escasa revisaba el bolso de su hermana y rascaba lo que podía. Tampoco se libraba su madre del saqueo. Lo peor era su regreso ¡Daba lástima! Con ojos saltones de pez beodo, con las últimas babas en su pechera, subía las escaleras del porche dando bandazos y se tumbaba en el sofá en donde dormitaba su padre esperando su llegada. Baldomero Pe le cubría con una manta y se quedaba a su lado mirando su nariz respingona y tratando de buscar una solución. Escribió a su primo Epi Pe. Es cierto que no le había visto desde el día de su boda si es que vino, pero pensó que cualquier hombre de bien es incapaz de olvidar sus juegos infantiles, tiempo feliz de casi todo mortal. Optó por escribirle una carta y enviar a su hijo con ella. Su primo Epi Pe tenía una fábrica de tubos de aluminio en Carbajosa (Salamanca).
Allí Pedro Pe fue recibido en un despacho verde en donde se marchitaban tres secretarias que trabajaban en zapatillas. Epi Pe era un viejo calvo del todo, con orejas de soplillo y ojitos de caracol. Al levantarse para palmear la espalda de Pedro Pe, mostró una cojera de tirabuzón que más que lástima producía risa. Pedro Pe, cohibido por la presencia de las tres mujeres, estuvo a punto de abandonar el despacho al comprobar que ninguna de ellas hizo el menor gesto de salir. Ignoraba lo que su padre había escrito a su primo, pero sintió en su frente un sudor frío que le duró hasta que Epi Pe abrió el sobre y leyó la misiva en silencio. Se olía tal familiaridad en el despacho, ensalzado seguramente por un penetrante olor a axila de mujer dejada, que Pedro Pe comenzó a respirar por la boca procurando que sus ostentosos ahogos sirvieran de queja encubierta. Inútil pataleo no comprendido por la gorrina. Epi Pe era una chapuza como hombre, pero su voz de bajo solemne asustaba.
- Señor mío, ¿Qué has estado pensando hasta ahora? ¿Cómo te voy a poder ayudar si los puestos para universitarios ya no quedan en ninguna parte? Aquí desde luego que no hay plazas vacantes. A ti lo que te vendría como anillo al dedo es una colocación en el gobierno. ¿Acaso no es la aspiración de todos los jóvenes? A lo mejor tu padre, que ha estado tantos años en el ejército, conserve algún contacto con estrellas. Nunca se sabe en donde puede saltar la liebre. Yo, por ser familia, haré alguna gestión. Ya veremos…, ya veremos. Tiempo al tiempo, palomo.
Así le habló sin mirarle ni una sola vez a los ojos. Ya no dijo más. La secretaria más rubia, toda ella vestida de negro, le acompañó hasta la puerta y caminó a su lado hasta un ángulo del pasillo.
- No desespere-le dijo la rubia-. Si me da cincuenta euros le presento a Riverita, un contable que sabe celebrar misa en latín. Conoce las vacantes que quedan libres en otras empresas. Sabiendo que es usted hijo de un primo del jefe, no le cobrará mucho: quizás la mitad de su sueldo durante un año. ¿Le interesa?
Pedro Pe, rojo como la grana, hizo un esfuerzo para mirar el rostro de aquella mujer: boca grande, dientes pequeños, nariz cartabón, cejijunta, ojos pardos y un lunar de lapicero en el labio superior. Fue la primera vez que sintió unas ganas imperiosas de enredar con sus diez dedos en el alboroto de cosas que conformaban su rostro. La razón frenó sus dedos. “¿Por qué no probar?”
- Cincuenta es mucho dinero. Veinticinco -dijo Pablo Pe.
- Por adelantado. Mire. Es aquel señor con peluquín que suma con la sumadora de manivela. Habla gangoso pero es pose. Dígale que le manda su tío don Epifanio. Si se le cae el postizo al suelo, no dude en recogerlo y entregárselo. No se ofende.
Era un hombre sentado con una barriga fofa que le llegaba hasta el cuello. Tenía los ojos ungidos con una telilla de grasa, como de ciego. Sin embargo, veía. Con marcado disimulo siguió la dirección de Pedro Pe. Al comprobar que sus zapatos se habían parado enfrente de su mesa, enganchó sus tirantes con los pulgares y levantó el coco.
- ¿Me busca?
- Si le llaman Riverita, sí señor. Me manda el tío Epi para ver si sabe de alguna colocación.
- ¿Don Epifanio es tío de usted?
- Por parte de padre.
- ¡Pero, hombre por Dios, tome asiento, tome asiento. Perdone mi indiscreción. ¿Posee algún título universitario?
- Ingeniero Industrial.
- ¿Algún otro?
- No.
- Algo es algo. A ver. Desde hace un par de años los ingenieros industriales suelen colocarse por lo general de bomberos. Pero tampoco les hacen ascos las empresas dedicadas a la fontanería. Luego pueden optar a trabajar como gasistas o como plomeros. Yo, sin embargo, aconsejo paciencia. Hay tres profesiones para gente con titulación superior y que sean doctores: modelo, afinador de gaitas y soplador de vidrio. Ahora mismo sé que un taller de Mallorca necesita un soplador de vidrio.
- La verdad es que me gustaría ejercer mi profesión.
- ¡Ay! ¡Me gustaría, me gustaría! ¡A mi me gustaría ser mujer, pero soy hombre feo! Vivo conforme. Elija usted entre salud, dinero y conformidad. La conformidad. ¡Siempre la conformidad!
- Me han asegurado que en Alemania los ingenieros se colocan de ingenieros y los arquitectos de arquitectos.
- Cada nación tiene su idiosincrasia. Los alemanes nunca han sido imaginativos. ¡El diablo les monta su vida!
Pedro Pe sintió la necesidad de escupir al calvo con peluca que de seguro se estaba riendo de él. También el pariente de su padre se había reído de él. Y la secretaria de negro se había reído y le había birlado veinticinco euros. No obstante, en vez de escupirle, le dio las gracias y salió corriendo escaleras abajo sin volver su cabeza.
Llegó a su casa a la hora de cenar. Su padre bajó del camarote, esperó que su madre y su hermana lo abrazaran para estrechar la mano de su hijo y aguardó impaciente sus impresiones. Mientras el chico mandaba al diablo al mundo entero, el padre vaciaba el plato de porrusalda sin levantar los ojos. Su madre, con los ojos anegados en llanto no dejaba de exclamar ¡Ay, ené! ¡Ay ené! Baldomero Pe le rogó que se callara. Habló él con acritud, con el ímpetu que le quedaba de sus tiempos de suboficial del ejército.
- Suele venir un buen hombre a que le arregle sus zapatos. Y es que no conozco a nadie más para pedirle ayuda. Toda mi vida me he ocupado en dar lo mejor a mi familia. Mis amistades se han evaporado. Lo único que tengo, hijo, es un rincón en el camarote para que aprendas a ser un buen zapatero, el oficio que me enseñó tu abuelo. Y no es poca cosa. Te compraré un mandil de cuero de la mejor calidad para que protejas tu pecho y tus piernas y un burro de buen acero; recibiremos a nuestros clientes en la salita de estar en donde colgaremos tu título de doctor ingeniero y tu madre les ofrecerá una taza de café o caramelos. Creo que os tenía que comunicar mis planes.
Baldomero Pe puso cara de tonto. Llevó sus manos a su cabeza y se arrancó un mechón de pelo suficiente como para confeccionar un nido de gorrión. Aquella noche no durmió.
FIN
Arrigunaga (GETXO) 4 de abril 2016.
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