domingo, 14 de octubre de 2012

DÓNDE ESTÁN LOS HUESOS DEL ABUELO?

 Esteban Pérez se casó  con gafas sin graduar para parecer mayor. Ángela Teruel fue de blanco y con zapatillas de ballet para igualar su estatura. Hubo banquete en un restaurante de carretera con orquestina y solista hasta las diez. Esteban Pérez era viajante. Vendía antigüedades chinas muy apreciadas y a  buen precio: figuritas Chu, pareja de perritos Hi y bailarina Chu-Hi. Todas con certificados de la dinastía Ming. Las vendía en tiendas de regalo, pero no tenía pereza en tocar las puertas de las casas cuando los pedidos no iban bien. Ángela era manicura en una peluquería. Hacía manos, pies y depilaciones en general. Tampoco le importaba quedarse a limpiar el establecimiento después de cerrar. Esteban y Ángela alquilaron una pequeña vivienda en la azotea de una casa situada en los extrarradios. La casa tenía dos habitaciones y una cocina minúscula, sin embargo, disfrutaban de una hermosa terraza que daba a un huerto en donde había un pozo. En el verano solían salir a la terraza a escuchar cantar a las chicharras y a ver el polvo de las estrellas. Se entretenían en contar estrellas fugaces y en pedirles deseos. Era prácticamente el único momento que permanecían juntos durante todo el día. Ángela compró un porrón de cristal y lo solía sacar a la terraza con clarete fresco. Cuando lo terminaban se iban a la cama, muchas veces sin cenar. Otras veces freían huevos y salían a cenar a la terraza. Ponían la radio y cuando tocaban boleros y cha-cha-chás no paraban de bailar. Algunas veces les dieron las doce y más.
Al abuelo de Esteban Pérez lo fusilaron  los Nacionales en Valladolid. El padre de Esteban presenció la ejecución al amanecer,  de la mano de su madre, cerca de la llamada Pradera de San Isidro y dibujó un mapa con el lugar exacto de su enterramiento. Al morir su padre, Esteban Pérez compró una maleta usada, una pala, un farol y un billete de ida y vuelta a Valladolid. En la ciudad preguntó en donde se encontraba el Huerto del cura Viriato, cerca de la Pradera de San Isidro, donde fusilaban en la Guerra y las señoritas iban a tomar chocolate con churros. Le mandaron a las afueras, a la orilla del río. Llegó por la tarde al sitio, estudió el mapa y esperó a la noche. Cavó tres horas alumbrado por el farol. Cuando encontró los huesos de su abuelo, se santiguó y los recogió con devoción. Los guardó en la maleta, regresó a la estación y se sentó en un banco a esperar al tren. Antes de subirse al coche, Esteban Pérez compró para su mujer un dedal de porcelana. Cuando llegó a casa enseñó a su mujer los restos de su abuelo. Ángela Teruel los sacó a la azotea y les cepilló el barro. En la cocina, los limpió con agua y jabón y los secó con un paño limpio. Después los enceró y rezó algunos cachos de oraciones que recordaba. Decidieron dejar la maleta encima del armario ropero hasta ahorrar el suficiente dinero para comprar un nicho.
Esteban construyó en la terraza una pequeña barriada compuesta de cuatro jaulas pintadas de amarillo y otra pintada de azul. En las jaulas pintadas de amarillo metió cuatro conejas. En la jaula pintada de azul, alojó a un gran conejo gris. Después les puso nombres. A la primera la llamó Juanita Reina, a otra Estrellita Castro, a la tercera Carmen Sevilla y a la última doña Concha Piquer. Al gran conejo gris lo llamó El Gran Capitán. Encima de las puertas de las jaulas colgó sus nombres escritos en tarjetas de visita y un calendario en donde anotaba las fechas de preñez, parto y número de gazapos. Cuando tenían cuatro meses, los vendía a un carnicero. El dinero que sacaban lo metían en una hucha para comprar el nicho para el abuelo.
Algunos domingos Ángela y Esteban bajaban la maleta del armario y miraban los huesos del abuelo y le rezaban lo que sabían, que era poco y con remiendos. Un día le revisaron la boca y le contaron los dientes y las muelas que le faltaban. Esteban compró a un mecánico dentista jubilado veinte o treinta muelas y un tubo de pegamento. Le arreglaron la boca entre los dos y les quedó como nueva. También le taparon con yeso el tiro de gracia en el occipucio y le sujetaron dos costillas con hilo de bobinar el transformador de la radio. En invierno, cuando salía el sol, sacaban la maleta a la terraza y la dejaban encima de una silla. Del huerto de abajo volaban mariposas blancas con motas negras. Y algunas veces se posaban sobre ella.
Transcurridos dos años, contaron el dinero que habían ahorrado para comprar el nicho para el abuelo. Para entonces se les había muerto Estrellita Castro y la habían sustituido por una coneja blanca que la llamaron Imperio Argentina. El dinero que habían ahorrado durante dos años alcanzaba para comprar el nicho para enterrar con dignidad al abuelo. Fue cuando Ángela se quedó encinta de su primer hijo. Pensaron que el abuelo estaba tranquilo en su maleta de cartón, encima del armario y tomando el sol. Decidieron guardar el dinero de la hucha y seguir criando conejos. El dinero voló pronto. También el que consiguieron ahorrar en otros dos años. Ángela se quedó preñada de su segundo hijo y después de un tercero.
Las antigüedades chinas se pasaron de moda. Los comercios comenzaron a devolver a Esteban Pérez cajas con figuritas Chu y paquetes con la pareja de perritos Hi y la bailarina Chu-Hi. Le llegaron en tal cantidad que no le quedó más remedio que apilarlas en la terraza, primero encima de las conejeras y después en todos los rincones libres. A los tres niños, que dormían en un cuarto, también se les achicó el espacio. Durmieron los tres en una cama hasta que se hicieron chicos grandes rodeados de cajas y paquetes con antigüedades chinas. Mientras los hijos crecieron, Esteban Pérez siguió visitando tiendas de regalos por las mañanas. Por las tardes elegía una manzana de casas de siete pisos y las pateaba portal por portal, piso por piso, puerta por puerta. En el mejor de los casos conseguía vender por un precio irrisorio una pareja de perritos Hi y dos bailarinas Chu-Hi. Vivían del jornal que traía Ángela. Las conejas con apodos folklóricos se fueron muriendo de viejas y no fueron sustituidas. Al Gran Capitán se lo comieron con verduras el día de la primera comunión del crío pequeño. Los niños lloraron con mucho sentimiento el triste final del gran conejo gris, pero el hambre prefiere a un conejo viejo que a un mendrugo de pan duro. Las jaulas de los conejos se fueron llenando de antigüedades chinas, según se iban quedando libres.
Las antigüedades chinas llenaron casi todo el espacio de la pequeña casa de dos habitaciones y una  cocina minúscula. Tampoco en la terraza quedaba el  espacio que se necesita para colocar un pie. Pese a las adversidades, Esteban Pérez y Ángela Teruel criaron a sus hijos con la fe de que las modas regresan y de que un día su padre vendría a casa con el pedido de tres cajas de bailarinas Chu-Hi. Al cumplir dieciocho años, el hijo mayor pidió permiso a sus padres para marcharse a Francia a trabajar en una granja de conejos. Fue cuando Esteban y Ángela comenzaron a buscar la maleta con los restos del abuelo para que su hijo viajara con dignidad. Lo cambiaron todo de sitio. No encontraron la maleta con los huesos del abuelo. Lo volvieron a cambiar minuciosamente, con orden y perseverancia. No encontraron la maleta con los huesos del abuelo. Sacaron a la escalera las cajas hasta el piso de abajo. No encontraron ni rastro de la maleta con los huesos del abuelo. “¿Dónde está la maleta con los huesos del abuelo?” No les quedó más remedio que vaciar una caja de figuritas chinas y plegar allí los calcetines, las mudas y el queso manchego que se llevó el muchacho a Francia. Al llegar a la granja de conejos le recibió un hombre fornido que olía a flores. El muchacho vio que el hombrón miraba a la caja de figuritas chinas. “Tenemos una maleta con los huesos del abuelo, pero se ha extraviado entre las figuritas Chu que vende mi padre”, dijo el muchacho rojo de vergüenza. Daba igual, porque el hombre fornido que olía a flores era francés y sólo entendía francés. “El caso es que no tenemos ni idea dónde está la maleta con los huesos del abuelo”, dijo el muchacho.
- ¡Oh, oui! 




                                                                         FIN