Timbró
un móvil. Entonces recordé que mi vecino Zapater me había cambiado mi música
habitual por una llamada distante. Cuando se lo quité de sus manos creo que me
dijo: “Ahora suena fino”. Mi vecino Zapater es una persona que cree que lo que
hace él es la perfección máxima. Vive a poco más de un kilómetro de mi casa, al
otro lado de la playa. Cuando baja la marea suele abrir la ventana de la cocina
y se queda estático, algunas veces más de una hora, contemplando a las gaviotas
que pasean en la arena mojada. Hay dos clases de gaviotas: las grandes y las
pequeñas. También suelen venir
calandrias. De lejos todas parecen gaviotas de tres tamaños diferentes. Si una
gaviota da un corto vuelo, la mayoría estira sus cuellos, alargan sus alas y la
imita. Después se quedan tranquilas un rato largo. Mi vecino Zapater ya está
jubilado. No tiene hijos. O al menos nunca me ha hablado de ellos. Tampoco vive
con él ninguna mujer. Una vez me dijo que era viudo. No le gusta hablar de su
familia. Creo que nunca la ha tenido o le han abandonado. Tampoco le pregunto
yo por ella.
Ahora mi
móvil suena como un teléfono de salón. Está bien. Sólo que en la calle se le
oye poco. Lo cojo después de diez u once timbrazos y escucho la voz de Zapater.
Lo escucho por el aparato y le veo hacerme gestos con el brazo extendido desde
el porche de su casa.
- ¿Tengo
o no tengo razón? ¿A que ahora suena más
elegante? -me dice.
- Puede
ser. Pero no es una señal para sordos. Yo ya necesito una trompetilla.
Cuelga y
me saluda con la mano vacía. Yo también le saludo y ambos nos metemos en casa.
Vivo
aquí desde hace dos años y tres meses. Vine cuatro semanas después de que
muriera mi mujer. Mi hija Ane, la mayor (tengo otra que trabaja en Londres) me
dijo que fuera a vivir con ella, su marido y mis tres nietos. Pero todavía me
encuentro fuerte y dije a mi familia que me gustaría alquilar una casita en una
playa semidesierta, en Cantabria. La misma que mi mujer y yo habíamos visto
muchas veces en nuestras excursiones invernales de fin de semana. Aquella casa
tenía algo de mágico, asomada al mar desde un altozano desde el que partían
unas escaleras hasta una minúscula playa
de piedras rodeada de rocas y las rocas rodeadas de arena. Estuvimos muchas
veces a punto de tocar en su puerta para preguntar si habría la posibilidad de
alquilarla, pero no nos atrevimos. Creo que la carga que suponía el cuidado de
nuestros nietos, nos frenó hacerlo. Pero un mes después de la muerte de ella,
cuando llegué solo delante de su puerta sabía que estaba preparado para hacer
sonar el timbre. Es más. Mientras mi dedo estuvo apretando la bola de la
chicharra ya sabía que había salido de casa con la intención de alquilarla por
encima de todo. Y fue lo más fácil del mundo. No me abrió nadie, pero cuando me
atreví a rodearla para husmear por las ventanas, lo primero que vi en la de la
cocina fue un cartel de Inmobiliaria en la que se leía se alquila y un número
de teléfono.
Sólo tardé
una semana en convencer a los míos de que mi decisión era irrevocable, en hacer
cuatro viajes con el coche repleto de lo más imprescindible, de comprar pintura
de interiores para adecentar mi cuarto (no el más grande, sino el que daba a la
playa y a la mar), el encajar cuatro trastos para mi comodidad: una tumbona de
lona, un par de mantas, la caña de pescar y la cesta de los aparejos, una silla
de tijera, una linterna y una bombona de gas llena para la cocina. Estaba tan
ilusionado que hasta abrí una cuenta corriente en el único Banco que había en
el pueblo. También descubrí una
ferretería en la que vendían de todo. Compré una mesa pequeña de formica para
la cocina y dos banquetas. Cuando coloqué la segunda banqueta frente a la mía,
descubrí de pronto que sobraba y me puse a llorar. Pero la dejé allí. Debí de
pensar que si tenía alguna visita se tendría que sentar en alguna parte. Ya he
dicho que me siento fuerte. No tengo dolores y puedo hacer grandes caminatas
sin fatigarme. Si noto que he entrado en la vejez es porque me emociono con
facilidad. Por lo demás todo está en regla.
![]() |
Ilustración de Juan Gil. |
Percibía
que Zapater me observaba. Una tarde que supe con certeza que me estaba mirando,
levanté el brazo a modo de saludo. Tardó unos dos minutos en responderme. Él me
vio en primer lugar, pero fui yo el que le saludó antes. Desde este primer gesto,
creo que siempre, por lo menos a la anochecida, levantábamos los brazos para
despedirnos hasta el día siguiente. Después, una mañana muy temprano, lo descubrí
andando por la playa. Llegaba hasta la mitad con las perneras de los pantalones
mojados por la espuma de las olas y en el medio del camino entre su casa y la
mía daba la vuelta y regresaba a su cubil. Algunas veces caminaba durante una
hora y más a paso ligero y siempre daba la media vuelta en la mitad de la
playa. Durante sus trotadas las gaviotas permanecían en la parte de la playa en
donde no había rastro humano, es decir “en mi media playa”. Así yo podía
contemplarlas de más cerca. Algunas se atrevían a llegar hasta las rocas, al
pie de la escalera que sube a mi casa. Si me descubrían y permanecía estático,
ellas también se paraban y me ponían sus ojos encima. Las gaviotas, igual que
casi todas las aves, son muy curiosas. Mi vecino salía a pasear cuando la marea
estaba baja y la arena permanecía mojada y dura. Un día me di cuenta que a mi
también me apetecía salir a caminar en la arena mojada, pero me pareció tan ridículo
poder hacerlo sólo en media playa que me puse de mal humor conmigo mismo. No
era natural que me abstuviera de llegar hasta el otro extremo de la playa. Me
parecían grotescos aquellos saludos en la distancia levantando un brazo y sus
paseos sólo hasta la mitad de la playa como indicándome que cada uno de
nosotros era propietario de medio arenal. Así es que, a la mañana siguiente del
cabreo conmigo mismo, me lancé a la arena con la decisión de recorrer su
kilómetro entero sin dejar de andar ni un solo centímetro. Lo hice. Ya lo creo
que lo hice. Y solo. Eso creía yo. Cuando regresé a casa y pisé los guijarros
redondos de mi pequeña playa particular, sentí que otros pies diferentes a los
míos también los pisaban. Me volví y descubrí a mi vecino a tres pasos de mí
extendiéndome su mano.
- Creí
que nunca se iba a atrever a llegar hasta mi casa -me dijo el hombre con una
gran sonrisa.
- Ni
usted de venir a la mía. ¿Por qué en sus paseos por la playa sólo llega hasta
la mitad?
- Porque
no quería molestarle. En realidad esperaba una invitación por su parte para que
me acercara.
- ¡Vaya!
Veo que hemos estado jugando como chiquillos.
- ¡No es
malo hacerlo de cuando en cuando! -exclamó mientras chocábamos nuestras manos.
Aquel
mismo día me lancé a tomar posesión de la playa entera como un niño que
descubre cosas nuevas que nunca ha visto. Y todos los días caminaba con un palo
que trajo la mar a la orilla de la playa y llegaba hasta casa de mi vecino y
nos saludábamos y él llegaba hasta la mía y también nos saludábamos y un día
nos paramos a hablar un rato y otro día hablamos más rato y poco a poco nos
tomamos alguna confianza, sobre todo él conmigo. Porque él fue quién entró en
mi casa primero sin siquiera invitarlo y me pintó los marcos de las ventanas de
la parte de atrás sin pedírselo y me hizo la instalación de la luz con cableado
y colocación de enchufes y qué sé yo que lujos que jamás iba a emplear. Me
ponía a hacer cualquier chapuza y se presentaba en dos zancadas en mi casa y
primero me aconsejaba cómo hacerlo y después se ponía a trabajar y a mi me
permitía estar a su lado, de ayudante, decía él. Y es que Zapater pensaba que
yo era un inútil total. Y yo pensé que él se aburría.
Zapater
seguramente era una buena persona, pero yo le tenía miedo. Más que miedo yo
diría que respeto. Eso es. Yo tenía respeto a Zapater. Creo que su mutismo en
cuanto a su vida, ponía un freno entre nosotros o entre yo y él. Tardé en saber
por qué vivía solo, si estaba jubilado o no, si tenía familia, hijos, si estaba
divorciado. Las cosas que saben los vecinos de sus vecinos. Tampoco sabía su
nombre de pila. Yo le dije que me llamara Emilio.
-
Llámame Zapater. Aquí todo el mundo me conoce por Zapater -fue su lacónica respuesta.
El año
pasado vinieron mis nietos a pasar un fin de semana conmigo. Con ellos vino
Amigo, un cachorro de siete leches de mediano tamaño que lo habían recogido en la Perrera Municipal.
Mi familia (en realidad sólo es mi hija) piensan que me tengo que sentir muy
solo en un lugar tan inhóspito (la palabra inhóspito también es de mi hija). No
sabría cómo explicar a mi hija (ella pertenece a esta generación que hemos
educado tan mal, dándoles todo sin explicarles el trabajo que cuesta
conseguirlo, una generación, además, a la que no comprendo) que los hombres, o
al menos, algunos hombres, cuando llegamos a viejos, a esa edad que la amalgama
de la experiencia y los conocimientos adquiridos por el estudio, nos hace algo
sabios, deseamos estar en soledad como la sal de la vida.
Zapater
ignoró desde el principio a Amigo. Creo que ni lo miró para cerciorarse que era
un perro y no una gallina o un cordero. Un día le pregunté si no le gustaban
los perros. Alzó los hombros como única respuesta. Así es que me dejó con la
duda. Otro día que fuimos a las rocas a lanzar las cañas por si enganchábamos
alguna lubina, dijo sin apartar su mirada del agua gris de la mar: “Tuve un
perro de lanas negro. Se llamaba Nube. Estaba navegando cuando sucedió. Mi
esposa y yo vivíamos en esta misma casa. Ella debió de sentirse mal algunos
días antes de morirse porque los pescadores de caña que pasaban por delante de
mi casa me dijeron que oyeron ladrar a Nube y Nube siempre ladraba cuando a mi
esposa le atacaba el asma. El caso es que mi esposa se murió y nube se quedó a
su lado sin saber qué hacer que es lo que hacen todos los perros. Cuando se muere
el amo los perros se tienden a su lado y esperan días, a veces semanas sin
comer ni beber. Luego se marchan y les puede suceder dos cosas: les atropella
un camión en la carretera o malviven buscando comida en los tarros que hallan
abandonados en los recipientes de basura. Su suerte es que les encuentre un
alma caritativa o una sociedad protectora de animales. Pero esto último es
difícil. Las sociedades protectoras de animales no salen en su búsqueda. Son
las personas educadas las que llevan a los perros a sus sedes. Le voy a
confesar una cosa. Cuando se acabaron los funerales y toda la parafernalia que
conlleva la muerte, yo cogía mi camioneta y recorría el pueblo y salía hasta la
carretera para ver si encontraba a Nube. Fue una mala época.
No volvió a hablar más del asunto. Tampoco
yo volví a hablar sobre chuchos.
FIN
¿CUÁL ES LA RESPUESTA CORRECTA?
Fray Luis de León nació en:
Cuenca.
Toledo.
León.
¿Cómo se llamaba el Cid Campeador?
Alvar González.
Rodrigo Díaz de Vivar.
Alfonso VI.
¿Cuál es el nombre de don Quijote?
Roque Guinart.
Alonso Quijano.
Sansón Carrasco.
¿Cómo se dice?:
¿Dónde vas?
¿Adónde vas?
¿A dónde vas?
Luis está a mi favor.
Luis está a favor mío.
Luis está a favor de mí.
Iba a cien kilómetros a la hora.
Iba a cien kilómetros por hora.
Iba a cien kilómetros en la hora.
Arrascar.
Rascar.
Ambas.
Aereopuerto.
Aeropuerto.
Ambas.
Metereología.
Meterología.
Meteorología.
Las respuestas correctas con el cuento siguiente. ¡Suerte!
FIN
¿CUÁL ES LA RESPUESTA CORRECTA?
Fray Luis de León nació en:
Cuenca.
Toledo.
León.
¿Cómo se llamaba el Cid Campeador?
Alvar González.
Rodrigo Díaz de Vivar.
Alfonso VI.
¿Cuál es el nombre de don Quijote?
Roque Guinart.
Alonso Quijano.
Sansón Carrasco.
¿Cómo se dice?:
¿Dónde vas?
¿Adónde vas?
¿A dónde vas?
Luis está a mi favor.
Luis está a favor mío.
Luis está a favor de mí.
Iba a cien kilómetros a la hora.
Iba a cien kilómetros por hora.
Iba a cien kilómetros en la hora.
Arrascar.
Rascar.
Ambas.
Aereopuerto.
Aeropuerto.
Ambas.
Metereología.
Meterología.
Meteorología.
Las respuestas correctas con el cuento siguiente. ¡Suerte!
Es para mí un enorme placer el saber de tu blog, ya que me lo acaba de recomendar una amiga en Algorta.
ResponderEliminarJ.J. a Manuel Aresti:
EliminarEspero que leas el cuento y te guste. Yo si te leo a tí y tienes reportajes verdaderamente entrañables. /Un abrazo.
Precioso. Un lujo leerte a golpe de ratón. Doc
ResponderEliminarJ.J. a Norna:
EliminarCon misivas como la tuya se sube la adrenalina. Gracias. Un abrazo.