martes, 25 de octubre de 2016

PARAISO


Iban en un Ford pequeño con la capota bajada. Habían pensado ir a Cabo Roca, a la urbanización Los Peñascos, en donde tenían una casa con porche en una loma con quince pinos al borde del acantilado. Era un pequeño paraíso enclavado en un cabo en la punta de otro cabo. Había siete casas más, pero apenas se veían sus tejados. Como siempre, fue una ocurrencia de Avelina. Una de las muchas que la mujer tenía durante los meses del año. En realidad siempre eran las mismas ideas pronunciadas en las mismas fechas. Costumbres (ellos las llamaba tradiciones) que llenaron su vida en los treinta años de matrimonio. La casa en Cabo Roca la había heredado Avelina de su padre, un tendero de zapatos que hizo su mediana fortuna agachando los riñones delante de una clientela de posibles, armado con calzador y con una sonrisa de charol blanco de Primera Comunión 
El camino que les llevaba a Los Peñascos encerraba  pequeñas sorpresas que casi siempre  suponían la apertura de una nueva carpeta que de seguro usaban para tejer discusiones nuevas en el futuro: un cambio de rasante repintado, el sobresalto de una ardilla al escuchar el rugido del motor de su coche, la ignorancia fingida de un grupo de vacas rubias que apartan sus ojos  de la carretera con enmascarada coquetería, la parada obligada en un manantial de agua ferruginosa para beber en un vaso de plata (un vaso para los dos), traído ex profeso por Avelina. 
- Mis padres bebían siempre que venían agua de este manantial- decía Avelina.
- Estaba esperando que lo dijeras- decía Marcial.
Frases e incidentes, que aún repetidas al menos una vez al año, no les llegaban a empalagar. 
- Recuerda que la próxima curva es peligrosa.
- Por supuesto que lo recuerdo.
- Deberíamos parar en lo alto de la loma y ver si les queda leche del día a los caseros de la vaquería. 

- Ya sabes que la leche cruda me da asco.
- ¿Aunque sea un poco?
- Aunque sea un dedal.
- ¡Qué cosas más raras te suceden!
- A ti tampoco te gusta el pan blanco.
- Eso es diferente. El pan blanco es insípido.
- ¡Cómo tú!- farfulló Marcial casi sin mover sus labios.
- ¿Qué es lo que has dicho?- preguntó Avelina.
- No he movido los labios. 
- Entonces habrás cantado- dijo Avelina recelosa.
- Para cantar se necesita ánimo.
- ¿Se te ha agriado el carácter? Al salir de casa estabas feliz.
- Estaba feliz por probar el coche. 
- ¡Ya decía yo!- exclamó Avelina-. ¡Igual que mi padre! “¡El motor de un coche nuevo es cien veces más agradable que el graznido de una vieja!”
- Tu padre no destacaba precisamente por su cortesía- dijo Marcial-. A veces llegaba a ser un grosero de tomo y lomo.
- Mi padre se quedó viudo sin darle tiempo a soltar  el justillo de mi madre con sus dientes. Fue un marido sin realizar. Era el cuento que me contaba todas las noches para que me durmiera. 
- No imagino a tu padre escarbando en su memoria relaciones conyugales- dijo Marcial.
- ¿A quién, sino a su hija, iba a contar sus fracasos?
- A cualquiera menos a una inocente niña. Por ejemplo a una puta. Aunque una buena puta debe de tener el bachiller acabado y haber leído los cuentos completos de Chejov; a un cura. Preparación. Es lo que les falta a los curas. Simple y llana preparación.  
- Hemos pasado el caserío de la leche y no has parado- dijo Avelina con resignación.
- No es la primera vez- dijo Marcial con cinismo.
- Algún día me tiraré en marcha por el barranco- dijo Avelina.
- ¿Cómo te puede gustar la leche sin hervir?  
- ¿Y a ti los huevos crudos?
- Pienso muchas veces en nuestros pareceres enfrentados. Sin embargo, aguantamos -dijo Marcial-. Lo peor es morirse sin descubrir la quinta pata de la banqueta.
- El secreto reside en saber parar a tiempo -dijo Avelina. Por cierto, ¿te has acordado de meter en la mochila los guantes de lona y los loros para podar las zarzas de la barrerilla.
- No.
- ¿Con qué herramientas haremos el trabajo?
- Con las viejas tijeras y con los guantes de siempre.
- ¿Pero es que no las tiraste a la basura? Recuerdo perfectamente que te dije que los tiraras a la basura.
- No los tiré. Las guardé en el sitio de siempre. Eran unos buenos loros y los guantes no tenían ni un solo rasguño.
- ¿Vas a bajarte del coche para abrir la barrerilla o la abro yo?
- Siempre he abierto yo la puerta de hierro. ¿Me quieres hacer un feo?-preguntó Avelina levantando la voz.
- En absoluto, Avelina. Se me olvidan nuestras obligaciones. 
- Recuerda que las puertas de esta casa las he abierto siempre yo.
- Está bien. ¡Ábrelas!
- ¿Cómo quieres que las abra si no tengo llaves? Las llaves las traes tú.
- Da igual. Veo que se han llevado el candado de la urbanización. 
Avelina salió del coche y empujó la puerta que chirrió como un diablo. 
- Es una delicia escuchar la voz de la puerta dándonos la bienvenida. ¿Verdad que es un chirrido peculiar?
- Muy peculiar.
- Ven. Mira. Desde aquí se ve la mar en todo su esplendor. 
- Eso lo has leído en algún best seller de supermercado. 
- Lo decía mi padre justo desde el lugar en que me encuentro. ¿Sabes lo primero que hacía mi padre cuando entraba en casa?
- Sacar el calzador que llevaba en el bolsillo y dejarlo encima de la mesa del comedor.
- Ya te lo había contado.
- Siempre que venimos a Los Peñascos. 
- Desde aquí veo las copas de los pinos de nuestra casa. Seguro que al descubrirnos se pondrán contentos. 
- Seguro.
Avelina se apartó de la verja de hierro. Marcial arrancó el coche. Pasó y esperó a que Avelina cerrara la barrerilla y se acomodara en el coche. Una ligera brisa de mar impregnada de sal llegó hasta el parabrisas del descapotable. La tarde caminaba con parsimonia  navegando por los caminos que un sol ya mortecino pintaba  en las olas. 
- Ve despacio- dijo Avelina-. Hay un kilómetro desde la barrera hasta la puerta de nuestro jardín.
- Mil ciento dos metros-matizó Marcial.
- Es como el paseo que lleva al Edén-dijo Avelina- ¿Verdad que se parece al Edén?
- No sé. 
- No seas prosaico. Mi padre también decía que era como el Jardín del Edén. ¡Él si que sabía!- Dijo Avelina respirando el aire profundamente.
- No guardes mucho viento en tus pulmones, que es gallego y te puede enfermar. Ya llega fresco.
Tras una curva en forma de herradura apareció la casa. 

- Frena-dijo Avelina.
- ¿Vas a contar los pinos?-dijo Marcial.
- Mi padre los contaba desde esta misma posición. ¡Están preciosos! Desde aquí parece un tupido bosque. 
- Están los quince-dijo Marcial.
- ¿No te has dejado alguno?-dijo Avelina.- Espera. Ahora los quiero contar yo. 
Marcial levantó el pie del freno y dejó deslizarse al coche. Al llegar a la puerta del jardín frenó con brusquedad.
- Sí. Creo que están todos. En el más alto, en el que está pegado al porche, duerme un mochuelo.
- Los mochuelos no duermen de noche. Vigilan a sus presas-.dijo Marcial.
La puerta del jardín era de madera.  Se cerraba con un sencillo picaporte. Avelina cogió un par de paquetes de plástico con comida. Marcial colgó dos mochilas en su hombro izquierdo.
- ¿No vas a meter el coche?-dijo Avelina.
- Primero voy a echar una ojeada al alero de la casa. También bajaré hasta el muelle de madera. Te olvidas de las galernas de verano.  
Avelina se sentó en las escaleras del porche. 
- A mi madre no le gustaba venir a Cabo Roca-dijo Avelina.
- Puede ser.
- Tenía miedo de los bichos.
- ¡Vete a saber!
- ¿Verdad que Cabo Roca es una delicia?
- Toma las llaves de casa y vete metiendo las mochilas y las latas-dijo Marcial.
- Venimos poco. 
- Quizá.
- Tenemos que venir más a menudo-dijo Avelina.
- Ya lo dijiste el año pasado-dijo Marcial.
- Me apetece cenar en el porche. ¿Qué te parece si hago un tortilla?-dijo Avelina.
- Bien. Pero yo cenaré en la cocina. Hará fresco-dijo Marcial.
-  ¡Oh, no! ¿Nos vamos a perder la llegada de la noche? 
- Podemos verla desde la ventana de la cocina-dijo Marcial.
- ¿Qué ha sido ese ruido?-dijo Avelina.
- Un pitorro-dijo Marcial.
- ¡Un pitorro! ¿Verdad que es como el Paraíso Terrenal? ¡Dime que sí, Marcial, dime que sí!

Marcial no respondió. Se levantó de la escalera del porche, metió sus manos en los bolsillos de sus pantalones, levantó su cabeza y comenzó a inspeccionar el alero de la casa. Perfecto. En vez de bajar al atracadero fue hasta la puerta de hierro del camino principal y al dar la media vuelta para regresar a casa se dio cuenta de que la noche estaba al caer. Le extrañó que la casa estuviera sin luces. También estaba cerrada la puerta. Tocó el timbre. No sonó. Volvió a tocar. Nada. Golpeó con los nudillos. Le dio a la puerta un puntapié. Avelina abrió la puerta. Llevaba una vela encendida en la mano. 
-  ¿En dónde te has metido?-dijo Avelina.
-  ¿Por qué estás sin luz?-dijo Marcial.
-  Estaba en la ventana de nuestra habitación mirando a ver si te veía-dijo Avelina.
-  ¿Sin luz?-dijo Marcial.
- ¿No ves que tengo una vela? Seguramente la guardó mi padre en el cajón de la mesa de la cocina-dijo Avelina.
-  En la mochila negra hay una linterna-dijo Marcial.
-  En la mochila negra hay cuatro cajas con plomos, corchos y anzuelos para pescar. Tampoco están las tijeras de podar ni los guantes-dijo Avelina.
- Por lo visto he confundido una mochila por otra-dijo Marcial.
- ¡Qué majo!-dijo Avelina.
- Se habrán saltado los plomos-dijo Marcial.
- ¿Cómo lo vamos a saber sin verlos?-dijo Avelina.
- Pásame la linterna-dijo Marcial.
- ¿De dónde? Ya te he dicho lo que contiene la mochila negra. En la otra hay ropa. La metí yo misma. Sólo tenemos la vela-dijo Avelina.
- ¿Por qué no vamos a pedir ayuda a algún vecino de la urbanización?- dijo Marcial.
- ¿Fuera de temporada? Aquí ya no queda nadie. Yo te alumbro. Por si no recuerdas el cuadro eléctrico está debajo de las escaleras. Ven-dijo Avelina.
Miraron. Sus sombras rotas bailaban a su alrededor. El cuadro eléctrico estaba quemado.
- ¡De buena nos hemos librado!-exclamó Marcial.
- ¿Y ahora qué hacemos?-dijo Avelina.
Marcial salió a la fresca. Bajó las escaleras del porche y luego las que conducían al muelle de madera. Un gajo blanco pintaba el cielo estrellado. Se sentó en el borde del muelle. Avelina le siguió con la vela apagada en la mano.
Un par de luces de un pesquero aparecían y desaparecían no muy lejos.
- ¡Qué paz!- ¿Verdad que también de noche es un paraíso terrenal?- dijo Avelina.
-Sí que lo es-dijo Marcial-, pero tenemos hora y media de camino para llegar a casa.



FIN


Arrigunaga (Getxo) dieciséis de setiembre de 2016.

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